lunes, 22 de febrero de 2010

Virtudes 2.

-¿Qué le pasa?
-Que soy puta y me duele la barriga.
El licenciado Ligero tardó un poco en reaccionar ante aquella respuesta. Iba a ser una paciente complicada así que intentó relajarse.
-¿Desde cuando?, volvió a preguntar.
-Desde los quince años pero la barriga me duele desde ayer.
Aquel interrogatorio era esperpentico. Ligero tomó aire y le preguntó de nuevo.
-¿A qué lo atribuye?, la tercera pregunta clásica por la que empieza un interrogatorio clínico.
-A que había que comer, yo no tengo estudios, estaba sola, en fin, a muchas cosas.
-¡Pero mujer, le estoy preguntando por su dolor!, conteste a lo que le pregunto. Ligero aumentó el tono de voz y la paciente reaccionó, pero sólo a medias.
-Bueno, ser puta también duele, pero la barriga me hace daño después de haberme comido un bocadillo de garbanzos. No, Virtudes no era una paciente convencional. Su físico no estaba de acuerdo con su edad. Su juventud y su rostro que alguna vez fue infantil se ocultaba tras unas arrugas tempranas.
-¿Es una comida habitual?.
-En el arcén es difícil hacerse un guisado, ¿no le parece?. La cruel ironía de Virtudes asomó sin pudor. Las largas horas que pasaba en la carretera esperando a sus clientes habían deteriorado su rostro y el licenciado Ligero no la reconoció.
Al tenderse en la camilla su cuerpo pálido y delgado mostraba múltiples pinchazos que como heridas de guerra tatuaban su piel transparente.
-¿Qué tiene aquí?.
-Nada, contestó.
El licenciado Ligero sabía que la heroína lo iba arrasando todo a su paso como una ola asesina que acabaría con parte de la juventud de una generación que no se recuperó.
-Le puedo indicar un lugar para tratarla de su adicción.
El médico sabía de lo que hablaba. Cuando África lo abandonó regresó a la península con lo puesto. A sus sesenta largos años estudió farmacia para sacar a su familia a flote y en dos años consiguió titularse como farmacéutico, pero no tenía el dinero necesario para abrir una farmacia. La droga empezaba a hacer estragos en los adolescentes y sabiendo que un famoso laboratorio había patentado la metadona intentó sintetizarla de forma más económica. Lo consiguió en la cocina de su casa y ofreció el método, mucho menos costoso, al laboratorio. Las veladas amenazas de la corporación farmacéutica lo hicieron desistir y empezó a hacer guardias en pequeños ambulatorios de barrio hasta que recaló por fin en un pequeño hospital.
Ligero había apretado un gatillo que disparó a bocajarro una realidad en la que como en un espejo, sin mentiras, Virtudes se vio de repente sin máscara y tan frágil como cuando apareció sangrando cuatro años antes.
-Lo que me tenía que tratar es el dolor de barriga, dijo con voz dura y antes de que Ligero pudiera responder Virtudes se levantó y vistiéndose rápidamente salió de la sala.
El licenciado Ligero no la vería nunca más...

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