jueves, 29 de mayo de 2008

Sierra de Aralar, otoño.

El faisán (2ª parte)

El traje de baño que llevaban poseía la sugerente cualidad de hacerse transparente cuando contactaba con un líquido templado, dejando a la vista la tersura de unas líneas redondas y voluptuosas, anticipo seguro de placeres venideros. El líquido en el que las sumergieron con mimo estaba tibio y fueron gozando de aquel momento tan relajante, lástima que los brutos que se habían bañado antes hubieran dejado aquello con un tufillo a macho, que a decir verdad embriagaba un poco y no de forma desagradable. Eran todo músculo, sin un átomo de grasa bajo su piel, eso era cierto, alguno de ellos estaba como para mojar pan, atractivos, marcando línea, pero chica de cabeza, nada de nada.

Al cabo de unos minutos disfrutando de aquella temperatura y del baño, empezaron a surgir burbujas del fondo de la piscina aumentado la sensación de placer y relajación al tiempo que sus formas se iban haciendo cada vez más evidentes para solaz de aquellos musculitos, que en corro a un lado de la piscina, hacían comentarios sobre unas curvas tan sensuales.

En lo mejor del momento apareció la chiquillería, bulliciosa y gritona, salpicándolo todo; para ser el primer y último baño de la temporada aquellos mocosos tenían que ponerlo todo perdido y además, sus picantes comentarios las sonrojaban de tal forma que su piel llegaba a adquirir un tono del que nunca habían disfrutado pero lo peor estaba por llegar.

La alarma la dio la más cercana al borde de la piscina, donde se apoyaba en ese momento. Unos cuerpos estilizados y de nombre largo e impronunciable aparecieron de improviso y se zambulleron con gracia entre ellas, nadando con la elegancia de quien no ha hecho otra cosa en su vida.

De gimnasio seguro, te lo digo yo, se iban diciendo unas a otras, con una envidia que las delataba y caldeaba los ánimos hasta el extremo de presagiar cualquier desastre, sobre todo cuando se dieron cuenta de que las miradas de aquellos descerebrados eran solo para las recién llegadas.

La situación estaba al rojo vivo cuando empezó a caer un torrente de agua fría encima de todos los bañistas, atemperando y relajando un ambiente potencialmente explosivo.

La incorporación de las recién llegadas y la imprevista tormenta hizo que los musculitos se lanzaran a la piscina para placer de todas. El baño de burbujas cesó y todos se dedicaron a la contemplación mutua y a los juegos, apartándose algunas parejas que se habían formado casi al instante.

- Antes del caldo no olvides añadirle una copa de vino blanco y otra de Oporto que sea generosa, luego esperas que reduzca a la mitad, es el secreto para que se chupen los dedos. Bueno te dejo que mi marido me va a matar si sigo hablando contigo, ya sabes como se pone el muy cafre.

Me puse a repasar mentalmente si le había añadido todos los ingredientes pues Pilar, siempre hablando por los codos, me aturdía con su conversación en la que incluía a vecinos, familiares y marido, no siempre por este orden pero la mayor parte de las veces para ponerlos como el perejil.

Primero doré los trozos del faisán previamente salpimentados y enharinados, en una mezcla de aceite de oliva y de mantequilla reservándolos a continuación.

Poché una cebolla grande y cuando se transparentó le añadí dos dientes de ajo picados y dos cucharadas soperas rasas de harina para espesar la salsa que debía resultar de todo aquello. Después corté unas zanahorias en juliana para integrarlas mejor en el guiso.

Cuando espesó le añadí el vino y una copa de Oporto como me indicó Pilar y al reducirse un poquito, bañe aquella delicia con un litro de caldo de ave que había cocinado el día anterior en el que, tras un tiempo prudencial, introduje los trozos del precioso faisán.

Un olor penetrante impregnaba de aromas voluptuosos la cocina mientras pequeñas burbujas ascendían hasta la superficie de la cazuela donde bailaban sin freno todos los ingredientes.

Tras dos horas a fuego lento apagué el fogón hasta el día siguiente.

- Desde luego ya dejan entrar a cualquiera, comentaban los bañistas mientras unos rezagados de apariencia extraña y cubiertos de un horrible bañador verde que parecía cosido a trozos a su piel se zambullían en lo mejor del día con lo que el baño se estaba poniendo imposible. Afortunadamente cada uno había encontrado su espacio y no se producían roces insalvables.

- Pero ¿qué es esto?. Lo que nos faltaba. Ya te lo decía yo, se ponen al sol y fíjate en su bronceado. A pesar de estar tan gordas no hay quien les quite la vista de encima. Claro que lo toman desnudas, las muy sinvergüenzas. Como siga viniendo este tipo de gente no vendré nunca más, decía la muy inocente.

Tras desayunar encendí de nuevo el fuego y al alcanzar la temperatura deseada añadí unos champiñones laminados con una picada de ajo y perejil, rematando el guiso con patatas cortadas en gruesos dados que había ido dorando con parsimonia en un aceite que era un autentico ungüento de vida mientras pensaba en la cara que ella pondría al probar el guiso.

sábado, 17 de mayo de 2008

Castell de la Muga, Bellvei, Tarragona, atardeciendo...

El faisán

Por emplear el lenguaje bélico que se utilizaba en las conversaciones del último mes, Bush se preparaba para columpiar de forma macabra a Sadam después de haber llevado la democracia a Iraq, se podría decir que la primavera había estallado en el bosque si no fuera por la quietud y el silencio, rotos de vez en cuando por el canto temprano de las aves. La paleta de verdes sustituía sin pausa a los ocres del invierno, cubriendo los árboles con un manto puntillista y feraz de tonos desvaídos, hasta que el sol fundía la neblina y aparecían los colores mediterráneos en toda su crudeza. Apuntaban los espárragos y mi torpeza para encontrarlos divertía a Daniel, enjuto y parco en palabras, quien me los señalaba sin que yo los alcanzara a ver, mientras él llenaba su carcaj. De vez en cuando se adivinaba el rabo de un gazapo entre las zarzas, desapareciendo veloz ante cualquier movimiento o ruido.

Entre los sonidos que desperezaban al bosque de su oscuro letargo, se oía en las últimas semanas un cloqueo estridente muy cerca de la zona donde disparábamos flechas con la secreta esperanza de aprender a tirar con arco algún año. Mi ignorancia de ciudad no me permitía relacionar aquel canto con ave alguna. Era comprensible pues mi cultura avícola se limitaba a palomas, urracas, gallinas y un pavo real que había visto en el gallinero de Can Pastor.

Después de haber recorrido el circuito con unas puntuaciones de aprendiz, esperaba a que Daniel terminara de tirar las últimas flechas antes de empezarlo de nuevo. De improviso volví a escuchar a mi espalda aquel sonido penetrante y di la vuelta pausadamente a la vez que veía volar a un faisán macho reclamando la atención de una hembra que lo esperaba en la distancia, camuflada por su plumaje entre los terrones de un barbecho cercano. Tras un corto vuelo se posó cerca de unos matorrales al lado de la primera diana del circuito que íbamos a comenzar. Me fijé en los tonos irisados de su cabeza, de un bronce metálico y oscuro. Su ojo izquierdo brillaba en el centro de una mancha escarlata y rodeaba su cuello un anillo blanco brillante. Quería observarlo sin que se diera cuenta y me acerqué sigiloso.

Desde mi situación no lograba localizarlo pues estaba a contraluz en la zona más umbría de una pequeña vaguada, aún sin verlo fui tensando la cuerda de mi arco obedeciendo a un instinto animal, hipnotizado por lo que iba a suceder. Tras unos segundos, asomó a un pequeño claro delante de un cañaveral y el sol incidió en su plumaje pardo iluminándole el dorso. Giró lentamente la cabeza y nos miramos por un instante. La cuerda resbalaba de mis dedos...

Daniel, acercándose sin ruido me soltó un papirotazo desequilibrándome hasta caer de bruces al suelo mientras el faisán remontaba el vuelo para reunirse con su pareja. Perdí de vista el cielo y la tierra. Mudo y magullado abrí los ojos y vi el primer espárrago que encontraba sin ayuda, o eso creía...

-Anda que si no te llego a enseñar donde estaba ese espárrago, ni lo ves.

domingo, 11 de mayo de 2008

De Dosrius a Argentona, un día de lluvia.

sábado, 10 de mayo de 2008

El plan


Magín era el más alto de los tres. La delgadez de sus miembros, la piel pecosa y blanca y una mirada desvaída, impregnaban de fragilidad su aspecto. Debajo de sus pantalones cortos sobresalían unas huesudas rodillas adornadas de cicatrices, medallas de guerra que a todos nos igualaban. Solo su frente se había librado de las pedradas que nos propinábamos en las cercanas y múltiples obras de aquel barrio en construcción que, como tantos otros, iban adosandose como parches de una gran colcha, a la creciente y destartalada ciudad.
Villanueva también ofrecía un cierto desamparo en su aspecto. Sus modales amanerados le conferían una personalidad peculiar y propensa a todo tipo de bromas. Su indomable y tieso flequillo eran inconfundibles en la distancia. Se defendía con las uñas y era peligroso tener algún choque con él, pero su carácter era dócil y poco proclive a los enfrentamientos aunque no por ello se amilanara si creía que tenía razón.
Magín fue el ocurrente. La reciente lección de matemáticas, su cabeza preadolescente y algún que otro cosquilleo nocturno en el bajo vientre le habían dado la idea.
Para la mayoría de nosotros, el sexo era el lugar de nuestra anatomía del que nos sentíamos más orgullosos pero sin conocer muy bien el motivo. El pito, la pilila, algunos, los más osados, llegaban a llamarlo polla provocando un murmullo de estupor y vergüenza, acentuado si además se decía huevos o cojones, palabras máximas que podíamos oír pensando ya en el castigo del cura cuando nos confesáramos.
Era un cura terrible de pequeña estatura, calvo y de sotana raída con la que limpiaba el largo pasillo de un templo tenebroso donde hacíamos un remedo de ejercicios espirituales prometedores del infierno, así como de los peores males terrenales y celestes si osábamos decir alguna palabrota, tal y como aseguraba le había pasado a un desgraciado pequeño al decir puñeta en una iglesia cercana. El cuerpo y el alma del niño, decía, se habían consumido en llamas en el lugar donde se le escapó el terrible exabrupto. Tras las tediosas y truculentas sesiones de ejercicios espirituales, que debieron llamarse espiritistas por la sucesión de tremendos eventos paranormales, descensos de espíritus y flamígeras nubes transportadoras de profetas, nuestro temor solo era superado por la sorpresa de ver como el cura permanecía incólume. No comprendimos nunca su inmunidad a todas aquellas calamidades a pesar de haber mencionado la misma palabrota en un lugar sagrado, pero las cosas del espíritu son singulares y casquivanos los espíritus y sus asuntos, así que nada ocurría para distraernos del sopor y el aburrimiento.

El sexo era aquello que cogíamos entre los dedos para orinar, algo que de vez en cuando se ponía duro y tieso sin control alguno, molestando incluso, según estuviera colocado.
El instrumento que permitía orinar más lejos, produciendo a veces nocturnas desazones. En fin, también era el objetivo del plan urdido por Magín.
En la hora del recreo nos había llamado a Villanueva y a mí llevándonos a un rincón poco concurrido por los demás.
-Tengo un plan -dijo, mientras su anodino rostro se iluminaba y abría los ojos como platos enrojeciendo súbitamente. Aquello prometía. El tono empleado y el cambio que experimentó provocaron una cierta inquietud en Villanueva que adquirió un tono bermejo, más intenso en sus grandes y desplegadas orejas mientras yo los observaba sin enterarme de nada.
-Se llama 3,14-cha. Después de oírlo debí poner cara de idiota pues se rieron de mí propinándome sendos capones en la coronilla, cariñoso y rudo pescozón incitador de no pocas peleas en el patio.
Sí, aquello prometía, pero nada bueno. La mañana era ventosa y miré hacia el cielo donde unas deshilachadas nubes dibujaban, entre los altos edificios, un cielo daliniano en consonancia con una situación surrealista. Con el paso del tiempo aprendemos que las cosas nunca suceden por azar, todo está relacionado y adquiere un sentido que, en la mayor parte de las ocasiones, se nos escapa entre los orificios de una red sutil, tejida por deseos, vivencias y pensamientos.
Mis intuiciones empezaban a debutar de forma inconsciente por aquel entonces. No, no era la típica desazón de la bronca al llegar con las notas a casa, esto era la cruda realidad. Las premoniciones eran agobiantes y convertían en aciagos los momentos en que se cumplía lo esperado de forma irremediable, entonces, un sentimiento fatalista se apoderaba de mí, pero la infancia y sus sanadores ungüentos diluían esta sensación hasta la próxima vez.
Mientras bajaba la vista del cielo mis compañeros de plan esperaban una respuesta. Magín había recobrado su palidez natural pero sus ojos miraban con un brillo distinto, tanto, que comprendí de inmediato sus oscuras intenciones.
-Nos encerramos en el water a la hora del patio y nos enseñamos la 3,14-cha y si nos gusta nos la meneamos-, entonces fui yo el que enrojeció, pero duró poco al caer en la cuenta de mi próxima confesión y viré del rojo al amarillo de forma tan rápida que Villanueva me dio un pellizco para ver si estaba vivo, pero mi pensamiento se situaba delante de un confesionario donde se desarrollaba una película y los nítidos fotogramas de la escena pasaban ante mí a cámara lenta.
-Ave María Purísima.
-Sin pecado concebida -diría el cura con una temblorosa y maloliente voz al tomar mis manos entre el blando sudor de las suyas.
-¿Has cometido actos impuros? -era su esperada pregunta al tiempo que pasaría su mano por mi nuca.
-Sí -no podría responder en esta ocasión de otra forma, pues los habría cometido.
-¿Sí?, solo o acompañado -gemiría, haciendo desaparecer una de sus manos bajo la sucia sotana.
-Acompañado -respondería, atontado por su nauseabundo aliento.
-¡OH!, acompañado, que perverso eres. ¿Con una niña, o con un niño?
Forcejearía un poco para alejarme de él pero su mano en mi cogote lo impediría.
-Con dos niños -y en ese momento debería caer un rayo mortal, una profunda sima se abriría bajo mis rodillas o el mismo cielo se desplomaría sobre mí convirtiéndome en la nada más absoluta, pero los deseos y las realidades caminan siempre por caminos paralelos y solo se unen en el infinito.
-Eso es pecado y tendremos que confesarnos con el cura -argumentaba yo tras despertar de la pesadilla.
-¿Tú le cuentas algo al enano?. Al cura se le dice que mientes a tus padres que pegas a tus hermanos y nada más. Desde luego tú eres tonto -me decía Villanueva al tiempo que iniciábamos el camino hacia las aulas terminada la hora del recreo.
Sí, debía serlo, no como Atienza, un hacha en mates que prometía. Le contaba a todo el mundo que estudiaría una carrera, ciencias exactas decía, al tiempo que entornaba los ojos en una expresión satisfecha y mirada de desdén, pero la vida no sabe de ciencias y la muerte de su padre lo sepultó para siempre en el negocio familiar, una pequeña alpargatería que con el tiempo sucumbió por la desidia que genera el desencanto de no ver cumplidos tus sueños.
-Zeñoreh, zientenzé y no me hagan ruido -era su frase favorita cuando regresábamos del recreo. El Sr. Rodríguez, un sevillano con mala sombra y peor genio se disponía a sestear mientras nosotros cruzábamos apuestas sobre el tiempo que tardaría en caer la ceniza del sempiterno cigarrillo que colgaba de su boca, una hendidura obscena y siempre húmeda que se hundía entre las coloradas mejillas que le daban un aspecto de sandía madura.
Alguien más debía estar en nuestro secreto. Sentía todas las miradas apoyadas en mi cogote y unos cuchicheos anormales.
-Magín y el Villa se tocarán el pito en el water -dijo Moreno. La frase tronó en el silencio de la clase, confirmándose la indiscreción de Magín sin conseguir despertar, por fortuna, al Sr. Rodríguez. Sonaba horrible, mis amigos no se merecían aquella infamia y salí en su defensa.
-No es cierto, nos lo tocaremos los tres -mi inocencia y mi sentido de la amistad no tenían límites. Sin conocer en el fondo el significado de todo aquello había hecho piña con ellos compartiendo su vergüenza.
Villanueva era mi compañero de pupitre y observé que se revolvía inquieto en su asiento. Se estaba rajando, seguro, mientras Magín y yo nos habíamos metido en un aprieto del que no saldríamos airosos.
El Sr. Rodríguez se removió y el silencio se hizo absoluto cesando los comentarios. Todos inclinamos la cabeza sobre la libreta y empezamos a escribir procurando no despertar al abotargado petimetre que nos había caído como un castigo.
Moreno se había hecho con la situación y desde su posición de líder estaba sacando el mayor partido posible, debía mantener su reputación delante de las niñas y no desaprovecharía la ocasión.
-Son unos maricas -el tono de su voz no dejaba lugar a la duda.
-Pero ezto que eh. Zeñores ze me van a copia los dieh mandamientoh zien vezeh, leshe. El sevillano malage había despertado de golpe al quemarse los labios con el cigarrillo y no de buen humor por cierto. La retahíla de los mandamientos nos la conocíamos de memoria.
La hora de salida sonó aliviando la tensión. Nos levantamos y Moreno nos persiguió a Magín y a mí por el pasillo, en el camino hacia los lavabos. Villanueva desertó haciéndose invisible.
Entramos en los lavabos cerrando la puerta tras nosotros mientras en el exterior Moreno y sus secuaces se alejaban riendo. Magín me miró con su cara inexpresiva y se dio la vuelta quedando de espaldas a mí. Hice lo mismo y los hipos de un llanto suave fueron llenando el silencio del frío y húmedo lugar mientras las lágrimas empañaban sus ojos. Desde el estómago me fueron subiendo amargas acedías por la traición de Magín, la cobardía de Villanueva, el desdén de Atienza, la lascivia del enano negro, la humillación de Moreno y la desidia del sevillano hasta convertirse en un doloroso e incontenible alarido.
-¡Magín! -grité con todas mis fuerzas al tiempo que giraba hacia él viendo su figura reflejada en la inclemencia del espejo.
-¿Qué? -gemía con sus lágrimas y mocos colgando.
-¡Me cago en tu 3,14-cha!.