lunes, 28 de septiembre de 2009

Euflosina.

Euflosina Braga y Urcisinio Trapote no se conocían pero el azar, como un amigo común, los uniría fugazmente.
Euflosina acudía de vez en cuando a la mercería de Pepeta, la mayor parte de las veces para charlar en la tertulia espontánea que siempre se formaba en la pequeña tienda a la que todas acudían con la excusa de comprar alguna menudencia. Todas hablaban a la vez convirtiendo el local en un lugar ruidoso donde espantaban los fantasmas de una época sorda y gris. Los maridos, los hijos, la casa y sus penurias quedaban atrás de la puerta de un local que en ocasiones hacía las funciones de un confesionario en el que afloraban soledades, deseos y envidias, tejiendo un ambiente a veces opresivo que se acentuaba por la escasa iluminación del lugar.
Euflosina era joven pero su soltería le empezaba a pesar, sobre todo por los comentarios de las contertulias más mayores de la mercería. Queriendo ser ocurrentes, volcaban sobre ella sus propias frustraciones construyendo un profundo nicho de convencionalismos en la que todas estaban enterradas y donde ella acabaría también si no lo remediaba. No era fea pero su cuerpo bajo y rechoncho daba pie a bromas y comentarios en aquel círculo de Walpurgis.
-Euflosina, se te va a pasar el arroz si no espabilas.
-Euflosina, deja las golosinas.
Y Euflosina les reía las crueldades mientras un acibar amargo la corroía interiormente.
-Ya vereis cuando lo pesque, pensaba, os vais a morir de envidia.
Las amigas más jovenes la llevaban a fiestas con la nunca oculta intención de conseguirle un novio y de paso divertirse a su costa. Euflosina rechazaba a aquellos petimetres cuando alguno de ellos bajaba la mano desde su cintura buscando el contacto de unas nalgas que siempre eran inaccesibles.
-Sube las manos Eulogio si no quieres que chille ahora mismo. Y Eulogio desistía dada la potencia de la voz de aquella mujer, nada acorde con su tamaño.
El carácter de Euflosina Braga impedía cualquier acercamiento que no llevara detrás un marchamo de vicaría. Su virginidad valía mucho y no la ofrecería a cualquier muerto de hambre. Ella quería un hombre de verdad.

Urcisinio Trapote, guapo, alto, espigado y de cabello azabache y engominado, era el terror de aquellas vírgenes obligadas por los convencionalismos de aquellos años. Más de una ocupaba sus sueños y afanes con la figura de aquel hombre que rezumaba hormonas cada vez que giraba su cintura buscando con su actitud la mirada de aquellas hembras.
-Euflosina, nos vamos de guateque este domingo, le dijo Eudocia Salvatierra, animate.
-No vendrán los mismos de siempre, Adela me ha comentado que hay un joven guapisimo que ha prometido venir.
Eudocia había tramado un plan con Urcisinio.
-Mira Urcisinio, tienes que seducir a Euflosina. Le pone pegas a todos y se va a morir sin conocer varón, hazme este favor y de paso se lo harás a ella. La pobre se va a quedar como una pasa y nadie podrá remediarlo. Te va a ser difícil porque ha dado calabazas a todos pero intentalo.
-Anda, que si eres bueno, yo lo seré contigo.
Eudocia era algo casquivana y sabía que Urcisino sólo necesitaba que alguna de aquellas mujeres se insinuara para pasar a la acción sin dilaciones.

-Pero que hombre, pensó Euflosina, ¿donde ha estado estado todo este tiempo?, y estas lagartas sin presentármelo antes.
Urcisinio se acercó y le pidió un baile. Sin esperar la contestación la tomó de la mano envolviéndola en un abrazo seductor, mientras Euflosina sentía que las piernas le fallaban.
Los pasos de baile la transportaron a una dimensión desconocida. El aroma de aquel hombre la embriagaba sin remisión.
Los brazos de Urcisinio fueron aproximándola a su cintura después de un corto forcejeo con el que Euflosina intentaba no caer rendida ante un hombre como aquel. Pero cedió sin mucha insistencia notando en sus carnes un frenesí indescriptible cuando los dedos pinceles de aquel macho bajaban hacia su nalgas.
Urcisinio aproximó su cara a la de Euflosina y le susurró al oído.
-Quiero estar contigo en otro sitio, aquí no estamos cómodos.
Euflosina claudicaba. Un temblor imperceptible movía sus labios como si los aventara un vendaval de deseo que sólo él podría calmar.
Por fin se hacían realidad sus sueños. Le daría en los morros a aquella ruidosa marabunta que tanto se había reído a su costa. Ahora sabrían quien era Euflosina Braga.
Tras esos pensamientos se acordó.
-No puedo ir contigo Urcisinio.
-¿Porqué?, creí que te gustaba.
-Me gustas, pero no puedo ir contigo.
A Euflosina Braga nunca le había gustado su apellido. Pero aquella noche llegaría a odiarlo para siempre. Mientras pensaba donde la llevaría Urcisinio se acordó de repente de sus bragas. Mejor dicho, del gran orificio que tenían sobre su nalga izquierda. Con las prisas y sin pensar en lo que iba a dar la noche de sí había decidido ir con aquella maltrecha prenda interior. De ninguna manera dejaría que un hombre como aquel la viera así.
-No puedo ir contigo, repitió. No puedo, y salió del local con la cabeza y la dignidad muy altas.
-¿Qué ha pasado?, pregunto Eudocia al sorprendido Urcisinio.
-Tenías razón. Esta mujer es muy dura. Creí que no habría problemas con ella, pero en el último momento ha dicho que no. Vaya entereza. Es la primera que se me resiste.

Pepeta nunca supo la razón que llevaba a Euflosina a la mercería para comprarse unas bragas nuevas cada semana hasta que, soltera y virgen, murió unos años después.

7 comentarios:

Nandín dijo...

Ella me recuerda cosas como cuando mi mamá (Mi mujer también, ya ve usted)me decía ¿A dónde vas con ese calcetín roto? (Por poner un ejemplo), ¿Y si te pasa algo...?
Yo solía poner cara de Mus (Es más nuestro que el pócker ese)¿Y si me pasa algo, Qué?
Pues el algo era que me lo iban a encontrar, ya ves, como cuando ponía alguna camisa vieja y algo rota, de esas que les tienes mucho cariño y te resistes a tirar...
Y es que este pudor tan sociopatológico de la imagen, es verdad que viene de viejo, pero limpio. Ahora miro a mi mamá y le enseño a los chicos estos última moda, con los calzoncillos por fuera del pantalón con los bolsillos traseros en los gemelos y me descojono entero, yo, ya ves...
¡Mira mamá...! ¡Como les pase "algo" vaya vergüenza van a pasar ¿NO?
Un abrazo

jmdedosrius dijo...

Vergüenza es una palabra a extinguir, como razón, sentido común y otras palabras tan antigüas como los dinosaurios.
Acabo de leer lo escrito y me doy cuenta de mi edad, que es mucha.
Si Euflosina viviera ahora no tendría problemas de agujeros en las bragas. Sencillamente porque los agujeros son las bragas.
Salud.

Unknown dijo...

Alucinante.
Alucinante el nombre Euflosina.
Y alucinante la historia.
¿Cuántas ocasiones hemos dejado pasar por una majadería así?.
Volviendo al nombre, ¿existe en el santoral?.
¿Era una santa ó una virgen.
Apuesto por lo segundo, quizás por la historia de la protagonista.
La virgen del agujero en las calzas.
Un saludo, JM.

jmdedosrius dijo...

Don Luis, que alegría leerle de nuevo.
Los nombres de este relato se los debo a tres pacientes a los que exploré en menos de 24 horas y son tan auténticos como la historia que cuento.
Urcisinio, Eudocia y Euflosina me sirvieron para ocultar los nombres verdaderos de los protagonistas.
Euflosina es la deformación carioca de Eufrosina, santa griega del 1 de enero.
Salud.

jmdedosrius dijo...

Por cierto Don Luis he de decirle que acabo de volver de vacaciones, de nuevo. He ido a conocer a Nandín a Gijón.
Ya le contaré.

Unknown dijo...

Espero nos veamos pronto y usted me cuenta sus vacaciones. Ahora soy to quien está disfrutándolas.

Los nombres son alucinantes.
De todas maneras poco puede decir alguien como yo, nieto de un señor cuyo nombre era Flocelo.

Hasta pronto.

jmdedosrius dijo...

Ese nombre se merece un relato.
Nos vemos.