domingo, 8 de febrero de 2009

Verano.




Empezamos a jugar por la tarde, en la penumbra que difuminaba nuestros cuerpos de niño, haciendo más excitantes y sigilosas las intenciones y los movimientos.

La poco reglamentaria mesa de ping-pong, destartalada por la lluvia, quedó sobre la gravilla del jardín y alguien propuso jugar al escondite. Los lugares más recónditos eran los más buscados, por su misterio y dificultad. Todos queríamos ser el último, salvando así a los demás en una rápida y corta carrera. El que contaba lo hacía muy rápido para no dar tiempo a encontrar el lugar donde escondernos, mientras intentaba espiar con el rabillo del ojo.

El ruido de nuestros pasos quedaba amortiguado por la carretera cercana, al lado de la que se alineaban las torres donde veraneábamos, cerca de la playa.

Ella se había fijado en mí antes que yo. Suele suceder así. Tenía unos ojos claros que siempre me observaban cuando yo giraba la cabeza sin conocer el motivo. Su piel era blanca a pesar de las horas de sol en la playa y una tenue pelusilla rubia se adivinaba en su rostro si la iluminaba un contraluz. No recuerdo su voz pero sí su risa y el desasosiego de sus ojos buscando mi mirada. Aquella tarde no reía, pero su semblante era alegre y enigmático al tiempo.

Cuando empezaron a contar me cogió de la mano y tiró de mí. En la corta carrera hacia el escondite, algo desconocido y dulce desbocó mi corazón y contrajo mi estómago. Se podían oír nuestros latidos pero se confundían con el ruido de nuestras pisadas y nadie los escuchó.

Llegamos por fin al garaje de la casa. Me había soltado la mano y abrió la puerta, más no por ello recobré la tranquilidad. Algo más intuitivo que racional se avecinaba y quería seguir allí, esperando a conocerlo.

La oscuridad era densa y total como nuestra agitada respiración rompiendo el silencio. Un sudor lento nos hacía cosquillas en la frente. Empezamos a movernos sin problemas dentro de la amplia estancia, no necesitábamos luz, nuestro conocimiento del lugar permitía los pasos a tientas hacia el sitio escogido.

Tras tantear el pomo de la puerta de un pequeño aseo, la abrí y nos introdujimos cerrándola a continuación. Quedamos aislados de todo y de todos. Era un lugar en el que pocos pensarían para esconderse por su oscuridad. El olor a humedad era penetrante y turbador al tiempo. Nos separaba una escasa distancia, sentía en la piel de mi cuello el frescor de su respiración y en mis oídos, un corazón acelerado y doliente como el suyo por la opresión del ansia, del tacto deseado.

-Aquí no nos encontrarán -dijo ella, y sus palabras aumentaron el vacío de mí estómago.

-No, aquí no -acerté a decir con una voz que no reconocí mientras mi boca se acercó a su mejilla intentando rozarla con los labios en un deseo que sabía compartido. Era un momento en el que se iba a producir algo oscuro, la primera vez de algo tan nuevo, atrayente y turbador. Pero estaba paralizado.

Pasaron los eternos segundos de la indecisión sin que ninguno de los dos hiciera otra cosa que escuchar sus latidos y esa dulce sensación en el estómago, antecesora siempre de lo más deseado.

No recuerdo el tiempo transcurrido allí dentro, callados, queriendo y temiendo un contacto que no se producía. La sensación era intensa, dolorosa incluso, interminable. Temimos ser descubiertos y de repente sentimos pánico.

La oscuridad y el rumor creciente de los pasos que nos buscaban, deshicieron el momento mágico, desconocido entonces y tantas veces repetido en el tiempo después.

Con la sabiduría de sus doce años me había puesto a prueba, se me había ofrecido conociendo todos los porqués. Su instinto de mujer había funcionado por primera vez.

Mi torpeza como hombre debutó en el anochecer de aquel verano.

5 comentarios:

Unknown dijo...

Me ha costado encontrar la palabra: entrañable.
Me refiero a esos recuerdos que están en aquel desván de nuestra cabeza en el que acumulan todos los recuerdos hermosos, cuando apenas teníamos malicia y disfrutábamos con todo.
Éramos inocentes (y así nos iba, visto desde la perspectiva actual).

Saludos.

Anónimo dijo...

Como siempre, has sabido transportarnos a este instante, haces que lo vivamos con tu prosa precisa y exquisita.
Estos momentos son tan "especiales" que siempre gusta de recordarlos, y hay quien vive enganchado de estas sensaciones y las anda buscando reiteradamente a lo largo de su vida, que digo yo, debe ser frustrante cuando tanto se empecinan, pero algo de "enganche" tienen estas primeras sensaciones para que uno no se conforme y siga haciendo "puzzles" de afectos en su madurez (o precisamente porque falta eso)
Enhorabuena

jmdedosrius dijo...

Don Luis ha encontrado usted la palabra justa. Es en las entrañas donde se guardan esos recuerdos, buen lugar donde guardarlos pero malas herramientas para describirlos.
Salud.

Carmen me ha gustado mucho su observación, por lo del enganche digo y los puzzles de afectos que no necesitan de edad alguna para aparecer. A veces tan sólo es el halago de una mirada fugaz, suficiente para alegrarnos ese instante.
La vida, afortunadamente, también era esto.
Es verdad que algunos insisten como drogadictos en busca de su dosis, pues no hay barrera ni muro ni mar que se opongan al deseo compartido, pero en el fondo lo que hacen es esparcir su soledad.
Salud.

Anónimo dijo...

A servidor, al igual que a usted, le pasó jugando al escondite a la tierna edad de doce añitos, solo que fue en un gallinero y éramos más los que nos escondíamos en casi plena oscuridad. Se sentó en mi regazo y durante segundos me comió a besos (dos)en la mejilla. Fue el primer día que la ví y nunca más la volví a ver.
No creo que el amor por estos recuerdos inpliquen soledad, mientras no dejemos que la melancolía y la nostalgia sobrepasen sus límites, dejándonos colgados en estos recuerdos. La pureza de los primeros amores nos marcan mucho y nos ayuda, creo yo, en tratar de darle al ser querido tanto como queremos recibir...
Gracias apañero por el relato.

jmdedosrius dijo...

Don Fernando, son episodios comunes y por eso nos sentímos identificados.
Y en cuanto a la soledad me refería a la del que persigue salir de la suya enganchándose a relaciones en las que busca una emoción tan intensa como efímera, como el que se inyecta la droga de la que no puede prescindir.
Es usted un romántico. Dé mi enhorabuena a su enfermera.
Gracias a usted por leerlos.
Salud.