domingo, 1 de febrero de 2009

Memoria de África.




Abrió lentamente la puerta de alambre y entró en el gallinero con paso inseguro. El cacareo habitual del recinto se alborotó y las gallinas procuraron huir de los torpes intentos del hombre por atrapar a una para la cena. La agilidad que había perdido con los años la había sustituído por la habilidad de saber anticiparse a los movimientos de aquellas aves asustadas y tras varios intentos consiguió agarrar a una de ellas por el cuello y salió del recinto para sacrificarla.

Llegó a la escalera corrida que rodeaba la casa grande y se acuclilló debajo del porche mientras acomodaba el crujido de sus huesos a los de la madera del peldaño.
El sol buscaba un horizonte donde tenderse y teñía de paso el paisaje y la piel bruna de Teodoro que ahora parecía una arrugada estatua de bronce.

Ligero lo observaba desde su balancín disfrutando de aquella puesta de sol que era igual y distinta a la de cada tarde. Aquel país ecuatorial cambiaba cada día para no cambiar nunca. Hacía poco que el licenciado Ligero había llegado allí desde la península. La posguerra y sus secuelas emponzoñaban un aire demasiado rancio para sus jóvenes pulmones y salió hacia la colonia, una provincia africana lo suficientemente lejana como para que le llegara el hedor de los vencedores.

El anciano sacó un mellado cuchillo del cinto y tras murmurar unas palabras procedió a cortar lentamente el cuello del animal con movimientos de sierra. La gallina no dejaba de cacarear de forma cada vez más escandalosa y Ligero volvió la cabeza molesto por la interrupción.

-Teodoro no hagas sufrir al animal.

Si algo había dejado huella en Ligero era el sufrimiento ajeno. La guerra había sido la facultad en la que aprendió a suturar por primera vez a los diecisiete años, mientras las balas acababan con alguna de las vidas que intentaba reparar. Nada podía más con su ánimo que los gemidos del herido que agonizaba. Después de asistir a múltiples fusilamientos de los vencidos su mente arrastró secuelas que nunca pudo superar.

-No sufre patrón. Ella no grita. Me da las gracias por hacer que se cumpla su destino y de paso se despide de sus hermanas. ¿No las oye, patrón?. Desde el gallinero le dan contentas el último adiós.

Y como si hubieran oído las palabras del anciano, un coro de cluecas elevó sus cacareos sonando como preces desde el gallinero.

-No digas tonterías y mátala rápido. No quiero oírla.

-Si la mato rápido morirá triste por no haberse despedido de su vida. Tenemos que despedirnos de ella, ser agradecidos por lo que nos dio y también por lo que se llevó. Yo también querré vivir mi muerte porque será la única que viva.

-Es la hora de la cena así que acaba con ella o no cenaremos nunca.

Teodoro no sabía lo que significaba la palabra hora. En su lengua no había una palabra igual. Comía cuando tenía hambre y había algo de comer. Dormía cuando tenía sueño. Nunca tuvo que mirar un reloj para saber si había que plantar el ñame o regar la mandioca. Sus hijos nacieron cuando debían y él no tenía hora para morir.

La primera de las lecciones que aprendió Ligero en Guinea fue que el tiempo allí no se dividía en horas, no se alimentaba de segundos ni consumía días. El tiempo era una sensación o un sentimiento como lo podía ser la alegría o la soledad. Era un instante y era eterno. Era la vida pasando por las vidas como un río sin paradas ni fin.

Cuando el licenciado Ligero regresó a la península, recordó el valor del tiempo africano y siempre lo transmitió a sus pacientes. Ninguno se quejó jamás de aquel médico menudo que a todos escuchaba sin importar lo que tardáran en contarle sus cuitas.

Teodoro le había enseñado su primera y más querida lección.

-Prisa mata, patrón.

6 comentarios:

Unknown dijo...

Sencillamente encantador.
Me ha emocionado.
"El sol buscaba un horizonte donde tenderse...".
Simplemente, escribir es lo tuyo.
Por cierto, sería bueno promover los viajes a Africa para aprender a prescindir del reloj.
Saludos.

jmdedosrius dijo...

Nunca estuve en África pero así me imagino sus atardeceres. Hube de recurrir a una foto hecha desde el puerto de Alisas en Cantabria para ilustrar el relato y no desmerece, aunque el paisaje africano debe ser más llano.
Por cierto, me emocionó su emoción, debo estar haciendome viejo.
Salud.

Anónimo dijo...

Una vez más, estimado apañero mio, sus palabras me llevan a la reflexión, no porque la querencia se pretenda imponer, sin dar o permitir más paso a otros sentimientos; si no que además de estos otros, la forma expresada con sus letras me llegan tan claras que, el primer sentimiento que aflora es el de pensar, masticar y saborear todo su mensaje.

.-Prisa mata, patrón

Un soldado le preguntaba a otro...
.-¿A ti no te dan miedo las balas...?
.-¿A mi...? Ninguno. Las balas son solo trocitos de plomo a menudo recubiertos con una capa metálica.
A mi, lo que realmente me asusta, por no decir que me da pavor, es la puñetera velocidad que llevan...

.-La velocidad mata, patrón

Y es la puñetera velocidad de esta puñetera sociedad de consumo, con todas sus competividades, pendientes de relojes dictatoriales y sus premisas para llegar a lo más alto pisando cuantas cabezas sean necesarias, la causante de tantos infartos, depresiones, roturas sentimentales y otros sinvivires, la que mata; y lo hace despacio, como Teodoro con la gallina, aunque pienso más, que no sea por dejarnos despedirnos, si no para regocijarse, para escupirnos en la cara que no seamos lo suficientemente fuertes como para soportar su -VELOCIDAD-

.-Prisa mata, patrón...Y que sea un humilde entre humildes el que nos recuerde a los socialmente avanzados, hijos del primer mundo, una de las cosas más veraces, básicas y principales que tenemos y deberíamos observar, todos los humanos: Vivir.
Un abrazo

jmdedosrius dijo...

Pues sí, Don Fernando, la prisa mata, lo sabemos desde hace mucho. Yo lo aprendí a finales del 96. Después de padecer una grave enfermedad me di cuenta de que ya había transcurrido la mitad de mi vida y no me había dado cuenta, sólo me quedaba la otra mitad para disfrutarla. Las horas que dedico al trabajo son más o menos las mismas pero mi actitud varió tanto que mi trabajo dejó de serlo para convertirse en algo de lo que puedo sacar provecho como ser humano. Gracias a aquel hecho me propuse recordar todo lo que me había parecido importante en algún momento de mi vida. Parte de ello está en estas líneas. El resto se lo dejaré a mis hijos en forma de libro, para que tengan historia.
Salud.

Anónimo dijo...

Pues sí, la prisa mata, la velocidad con la que pasamos por esta vida nos impide disfrutar de las cosas realmente importantes y además nos mata.
Estoy con Ud.
Hay quien sabe que esto es así y hace de ello su filosofía de vida como Teodoro, y los habemos (servidora) que lo aprendemos por saturación, cuando el cuerpo se nos revela y se amotina contra nuestra alma que lo anda golpeando y arrastrando más allá de sus límites.
Pero de la manera que fuere, la lección está aprendida, y nunca es tarde!!! Con una particularidad, que alcanzar este conocimiento nos impone la obligación moral de transmitirla a nuestros hijos y resto de personas queridas.
Bonito relato y mejor foto
PD: Matiz "yo nunca estuve en Africa" opción incorrecta. Opción correcta: "Yo nunca he estado en Africa", que es Ud joven y tiempo habrá para subsanar...

jmdedosrius dijo...

Acepto el matiz, a lo mejor algún día le quito el nunca.
Es cierto que algunos aprendemos que la prisa mata, por saturación y quizás por eso en algún momento dijimos basta y nos dedicamos al tiro con arco.
Posiblemente seamos todavía más africanos de lo que parecémos.
Salud.