domingo, 8 de junio de 2008

El bus

A pesar de que el autobús siempre está lleno, se abre paso entre la gente para asirse a la misma barra a la que yo me agarro para no caer con los arranques y las frenadas del vehículo. Por su menor estatura debería tomar la barra con su mano por debajo de la mía, pero nunca lo hace. La agarra justo por encima. No cruzamos ninguna mirada, ningún aliento, ningún roce. Nos ignoramos pero nos sabemos allí. Esperando que ella comience a resbalar su mano hacia la mía. Deseando su contacto. Su mano desciende lentamente y mis ojos la siguen hipnóticos. Retrasa voluntariamente el roce. Alarga el momento. Lo estira hasta que empiezo a sentir su calor antes que su piel. Se detiene, vuelve a subirla y siento frío. El paisaje urbano se pone en marcha deslizándose sin nostalgia por las ventanas del autobús. Pasan el semáforo, las calles y los edificios primero rápidos después, cada vez a menos velocidad. Paramos de nuevo y de nuevo desciende su mano a lo largo del frío de la barra. Los cristales se empañan y distorsionan los contornos de la calle aislándonos de sus soledades. Ya la siento. Me toca y sin engaño ni prisa apoya su calor en el mío. El paraíso se puede esconder en cualquier parte. El mío está en un autobús que atraviesa el amanecer mientras su mano toca mi mano y el dorso de su cuerpo se acopla en el hueco de mi cuerpo como las piezas inseparables de un puzzle tenso y humano. El autobús arranca de nuevo y nuestros cuerpos oscilan en un solo cuerpo, unidos como imanes. Separándose y acercándose en un baile silencioso y sincopado, sin música ni orquesta, sincronizados por los bruscos movimientos del bus. Se ha parado el traqueteo y ella se separa aunque no quiere, poco a poco. Siento que el frío ocupa el calor que me arropó. Las puertas se abren y desciende en busca de su rutina. Nunca mira atrás. Se aleja y pierdo sus contornos. Me espera el desamparo del instituto gris, la inclemencia del patio, el olor de las aulas, la voz apagada del profesor y sus lecciones. Mañana volverá a subir. Sin mirarme se abrirá paso entre la gente y aterido por el frío de la barra saldrá el sol en mi paraíso.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Alucinante, impresionante.
Me están entrando ganas de utilizar el autobús, JM.
Me encanta esta historia por lo sutil de los hechos.
Me da que pensar:
¿Valdría la pena tomar la iniciativa, en un momento dado?.
En caso de no haberla tomado, ¿lamentas no haberlo hecho?.
¿Mejor dejar las cosas así?.
Quizás tomar la iniciativa hubiera dado al traste con todo...

Buen escrito, JM.

Luis

jmdedosrius dijo...

Don Luis, a los catorce años, nos queda por delante mucha experiencia como para tomar una inicicativa. Estamos estuporosos ante lo que se nos viene encima. No lamento no haber tomado ninguna iniciativa. La magia del momento se hubiera roto con las sevicias que impone lo ya descubierto. Además, era imposible, ella me doblaba la edad seguramente. Sabía lo que hacía. Yo no.
Salud.