lunes, 5 de enero de 2009

Noche de Reyes.

La tartana se acerca con paso cansino bajo el sol del mediodía. Su techo de tela tiene el color ocre del polvo que tapiza la calle como una alfombra blanda. La esperamos detrás de la persiana tendida sobre la puerta de la entrada, ocultos al sol y a las miradas de la calle, viendo como aparece y desaparece su leve capota entre las rendijas, en un lento vaivén.
La corta estancia en el pueblo se acaba. No me llamarán Robapanes hasta las vacaciones del próximo verano cuando las chicharras, friéndose al sol, vuelvan a inquietarme con su tono monocorde.
En el zaguán todo es trajín de maletas atadas con cuerdas, cajas de cartón con magdalenas recién hechas y zapatos, que los niños desgastan mucho hija, si madre, venga otro beso que no la veo hasta el verano, ay mi madre del alma, hija daros prisa que el tren no espera.
La abuela, siempre de negro y con el mandil de cuadros grises se mueve bamboleante entre los trastos, se agacha y me besa, no se lo digas a nadie, no abuela. Me ha enseñado a rezar entre las sabanas de su cama, caliente y acogedora, con ese olor tan especial y evocador, padre nuestro que estás en los cielos, ella, republicana de toda la vida, analfabeta, inteligente, humana. No heredé su lucidez.
Los paquetes y las despedidas llenan el interior del pequeño carruaje. Las lágrimas, las sonrisas, los consejos, las vecinas y los amigos quedan enmarcados por la abertura posterior de la tartana, mientras nos alejamos con la velocidad del paso humano.
Además de la tristeza de la partida cae sobre mí otra de mayores dimensiones. Pregunté a mis amigos que le habían pedido a los Reyes.
-El Robapanes es tonto, anda díselo que parece estar todavía en el guindo.
-Pero si es un crío.
-Pues son Melchor, Gaspar y Baltasar.- dije yo
-Y les ponemos un vasito de anís y comida para los camellos.
-Déjalo que todavía cree en los angelitos- decía uno.
-Estás alelao chaval, son tus padres, a ver si te enteras.
-Que no, estás mintiendo, como van a ser ellos, los Reyes entran por la ventana, yo los he visto y se beben el anís y la comida y...
-Y eres tonto, otro que cree que a los niños los trae la cigüeña, a ver si en la ciudad te espabilan, listo, o no te fijaste como se enganchaban los perros el otro día, aquellos que separamos tirándoles piedras.
Habían sido demasiadas emociones y la ciega confianza en lo que me contaban en casa se desmoronaba con estrépito.
Se oye el silbido del tren a lo lejos, pronto subiremos a un vagón de asientos de madera relucientes por el roce en la superficie y oscuros de suciedad entre las rendijas de donde saco mi corta uña, negra de mugre. Nadie me explicó porqué me picaban los muslos al cabo de un rato de sentarme, hoy sospecho que los chinches eran compañeros de viaje permanentes en aquel vagón de tercera.
Llegaremos de noche a Valencia. El pasillo, lleno de maletas, hace más tedioso el viaje pues no podemos salir del compartimento después de haber comido dentro. Migas, aceite, más migas, vino, magdalenas y frío; atardece temprano y me despierta el ruido y el olor de la estación, un olor a orines y sudor, a dulces que aparecen por la ventanilla ofrecidos en grandes bandejas por vendedores ambulantes que se desgañitan ofreciendo su mercancia en una pequeña estación.
-¡Pipas, torraos, altramuces, carameeeelos!.
Todavía no hemos llegado, tardaremos porque el tren es un correo, la tartana hubiera llegado antes, dice mi madre, no había billete en otro tren y te empeñaste en venir en estas fiestas, cuando todo el mundo sale, contesta él.
Vuelvo a adormecerme, pero la inquietud del día me desvela, es la noche de Reyes, mis amigos me han tomado el pelo, no son los padres, no veo juguetes en ninguna parte, pero los Reyes ¿subirán al tren? ¿donde?, me mantendré despierto.
En Valencia, el aroma acre y penetrante del humo en la estación nos pone en marcha, bajamos los bultos y las maletas, hemos de hacer transbordo a Barcelona y un hombre con gorra los pone en un carrito y los lleva a la consigna.
-¿Y ese señor quién es?
-Es un mozo de estación.
-¿Y porqué le das dinero si se lleva nuestras maletas?.
-Niño calla. Ahora tomaremos un chocolate con churros y después una jarra de agua helada.
Hace frío y el desolador secreto de los amigos del pueblo lo acentúa, me cuelgan largos mocos de la nariz y un pañuelo cae sobre ella limpiándolos y llevándose la nariz de paso. En un descuido lo pregunto.
-¿Como vendrán los Reyes esta noche?
-Son Magos no lo olvides, pero la verdad es que nunca los he visto en un tren, me dicen.
-Será el primer año sin Reyes dice ella.
-A lo mejor dejan los regalos en casa, pero no hay anís ni comida y no estamos allí y no dejan nada si no hay nadie- respondo a mi madre.
La calle está mojada y después del chocolate hemos ido a ver la cabalgata. Me han subido a hombros y los he visto; están ahí con carrozas llenas de paquetes envueltos en papel de colores y lazos brillantes, mi duda se va despejando. Tengo razón, no sé porqué me dejé enredar, están ahí y me lanzan caramelos y sonríen y quiero todos los juguetes, pero ¿vendrán al tren o los dejarán en casa?, ¿y si no aparecen?.
Los escaparates están atiborrados de juguetes; muñecas, balones, juegos de bolos de colores y allí, entre todos, un juego increíble, de la caja emergen unas bestias de plástico y de goma que no he visto nunca, mi padre dice que se llaman dinosaurios, el nombre y su aspecto me encandilan, no puedo despegarme del cristal y el vaho de mi nariz lo empaña cayendo gotitas de agua que limpio con mi lengua. Mi padre ha desaparecido.
-Mamá, donde está papá?.
-No lo sé, a lo mejor ha ido por los billetes, ahora vendrá, o mejor, vamos a buscarlo a la estación.
En el vagón, muertos de sueño, lo vemos subir con las maletas y los bultos.
-Has tardado mucho.
-Claro, hay tanta gente esta noche, casi no podía moverme.
No veo juguetes ni cajas que los contengan, no son los padres, que tontos son los del pueblo ya lo dice mi madre, pero no creo que vengan al tren, los camellos andan lentos y este tren es más rápido que el anterior, llegaremos de Valencia a Barcelona en solo catorce horas y eso debe ser mucha velocidad, ¿verdad papá?.
Al amanecer, la luz pobre de aquel vagón de tercera y el traqueteo del tren nos despertaron. El compartimento estaba lleno de cajas de colores conteniendo los juguetes que nos habían traído los reyes, porque habían sido ellos, sin duda. Allí había bolos de colores, muñecas, balones, pistolas y sobre todas las cosas, había un gran caja de dinosaurios.
Nunca olvidé aquella noche de Reyes, ninguna se le pareció después, ni tan siquiera cuando me trajeron un tren eléctrico en el que transportaba a mis dinosaurios en viajes sin fin ni tiempo. Todavía conservo la máquina del primer y único tren que tuve, como el último cordón umbilical que me une a mi lejana infancia.
Fue una noche hermosa.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Una noche hermosísima.
Ha valido la pena esperar a que terminara tu silencio, JM.
Lo he disfrutado.

jmdedosrius dijo...

Celebro su disfrute y espero que volviera a su infancia, una edad que nunca nos abandona a pesar de los años.
Salud.