jueves, 3 de julio de 2008

Orquisex.



Violeta.

A través de las finas rendijas de la persiana entran líneas de luz del amanecer. Dibujan los contornos de los escasos muebles, las esquinas de la habitación y el volumen del cuerpo que yace a su lado. La cama metálica emite reflejos allí donde la claridad incide y los devuelve multiplicados de forma anárquica iluminando a su vez con una intensidad mortecina otros rincones del pequeño cuarto. Los segmentos luminosos oscilan con el vaivén de su respiración. La claridad aumenta de forma imperceptible. Ha estado esperando el momento durante toda la noche, como cada día desde que fueron a la playa por primera vez. El corazón se acelera de nuevo y su estómago se encoge ante el miedo de ser descubierto. Poco a poco retira la sábana dejando sus hombros al aire. Tiene suerte, ayer se acostó tarde y con el calor del verano no se ha puesto el camisón. Sin apenas tocar su piel, llega a su ropa interior donde se detiene.Le gusta su espalda, el leve valle que la recorre justo en el centro, allí donde las líneas de luz dejan de ser rectas y se convierten en suaves olas como las que dibuja en su cuaderno de párvulo, como las olas que han zarandeado su cuerpo menudo en la playa. Se acerca y huele la piel tostada y adolescente. Huele a pan, a desayuno, a todo lo que le gusta. Estos días ha permanecido indeciso pero hoy se atreverá. Desea que no despierte. Cada pequeño movimiento es un sobresalto y el cabello se le eriza cuando ella respira hondo. Retira la sabana hasta las rodillas en movimientos milimétricos. Desde sus muslos algo separados asciende un aroma reconocible. Es el olor de la playa recién descubierta, del salitre y el aire, del salado sabor del agua. Baja con cuidado el elástico de las bragas hasta que aparece el inicio del surco misterioso. Ahora debe seguir tirando de la goma deslizándola por sus caderas y teme despertarla porque ella se ha acurrucado un poquito al sentir sus dedos. Se detiene para valorar sus avances y comprueba que ahora es más fácil retirar la tibia ropa hasta la mitad de sus rotundas y redondas nalgas entre las que se hace más oscura y deseable la misteriosa hendidura, mientras el corazón golpea inmisericorde su pecho y sus oídos. Teme despertarla si lo oye. A medida que la desprende de su ropa interior le extraña la facilidad para conseguirlo sin que despierte. No sabe si a ello han contribuido los pequeños movimientos de ella. No, no puede ser, está dormida en un sueño profundo. Con cuidado reposa su mejilla en una de las nalgas y aspira el olor y el calor de esa piel blanca y deseada. Una mano se apoya en la nalga libre y la acaricia de forma instintiva. Desliza su cara hasta llegar a un lugar más recóndito y turbador de donde surge un olor marítimo y bruno. Algo nuevo oprime su estómago. No, no es ahí sino un poco más abajo, sí, más abajo de su ombligo. Entre sus piernas algo ha empezado a crecer sin control de forma dolorosa y palpitante añadiéndose a otra sensación más familiar y cotidiana a esa hora temprana del día.Removiéndose inquieto pronuncia unas palabras que rompen su tensión y con ojos desorbitados advierte hasta donde ha bajado las bragas de su prima.
-Viole –dice lloroso.
-¿Mmmm?. –gime somnolienta, con cierto disgusto en su tono.
-Tengo pis.

jueves, 26 de junio de 2008

Sierra de Aralar.

Otoño.

Las tardes del domingo eran de una actividad fabril que sólo interrumpía la hora del partido de fútbol. Los primeros resfriados de la temporada vaticinaban más trabajo. Los pacientes sabían que el licenciado Ligero tenía guardia ese día de la semana y aprovechaban para consultarle cualquier banalidad que hubiera resuelto una visita a su médico de cabecera.

La pequeña sala de espera del servicio de urgencias era un bullicio de niños berreando a pulmón libre y de madres desesperadas, en un círculo vicioso que se cerraba con un sonoro cachete provocador de nuevos lloros y desesperación materna.

El delgado tabique que separaba la consulta de la sala donde esperaba aquella marabunta dominguera, transmitía los bramidos infantiles sin merma de intensidad, como si fuera de cartón.

Dentro, el licenciado Ligero examinaba a un anciano canoso, viudo y completamente sordo, algo desaliñado y corrido que buscaba con la mirada un sitio donde disimular su sonrojo mientras Ligero le hacía un tacto rectal, delante de una auxiliar, una enfermera y dos estudiantes de medicina a los que nos explicaba el resultado del concienzudo y humillante examen.

El anciano aquejaba molestias urinarias tras haber visitado a una conocida y también vieja alma caritativa que se ofrecía de alquiler a cualquier tipo que la invitara a un chocolate caliente.

El fragor del llanto de los mocosos en la sala de espera arreciaba, haciéndose irritable para todos.

Mientras exploraba al paciente, la mirada de Ligero se iluminó. Sacó el dedo del lóbrego y maloliente lugar y sin haberse quitado el guante todavía, me indicaba el pubis del abuelo mientras alzaba la voz.

-Mire, mire como corren, acérquese y vea como corren las condenadas.

El rubor del anciano aumentó al ver como todos nos acercábamos a contemplar su decaída hombría, sin entender lo que estaba sucediendo.

-¿Sabe usted lo que es esto?

-No -contesté algo desazonado.

-Pues son ladillas -dijo en voz cada vez más alta.

-Ladillas, y no las veía tan grandes desde la guerra. Pero que grandes son -exclamaba a gritos.

A pesar de que no éramos capaces de verlas, todos habíamos iniciado una lenta pero visible maniobra de retroceso, mientras Ligero fingía entusiasmarse como el que encuentra a un viejo conocido.

De repente nos extrañó el silencio de la vecina sala de espera. Uno de los estudiantes entreabrió la puerta y vió la sala vacía. Ni rastro de niños, mamás o abuelas. Volviendo la cabeza, observaba de forma interrogante a Ligero cuyo fino bigote se elevaba suavemente en una leve y reveladora sonrisa mientras se quitaba el guante y recetaba un tratamiento al anciano.

Fue una tarde tranquila.

jueves, 19 de junio de 2008

Sierra de Aracena, dehesas.



Für Elise.

Para Elisa que nunca leerá estas líneas y que me contó que nació en el 28 y que trabajó siempre y mucho porque tenían animales y campos y segaban y trillaban y puedo oler el trigo bajo las pisadas de la mula y del trillo y ver el polvillo que se levanta como si fueran miles de insectos brillantes bajo el sol castellano y que lavaba en el rio, como mi madre a quien la suya enviaba con un cesto en la cabeza y bajaban cantando y se contaban la vida del día, de ayer y de mañana y Elisa me la contaba ahora a mí tendida en su camilla que me ha crecido la barriga y que yo no como mucho y tampoco duermo por la noche y no me dejan hacerlo durante el día porque no está bien que en el comedor del asilo me duerma porque trabajé mucho si usted supiera y ahora a los ochenta años que nunca estuve enferma y ahora me canso y no lo entiendo porque estoy bien y me ha crecido la barriga, a mi que no como, no como mi hermana que ella si que come y duerme pero yo no y sí Elisa tienes razón te ha crecido la barriga y no para bien y vas a ingresar en una nueva vida de incertidumbres como cuando esperabas que lloviera para que se salvara el trigo o velabas el parto de tus bestias cuando llegaba la hora o consumías tus días trabajando tanto mientras aguardabas a que llegara tu hombre que se había ido a segar lejos para aumentar el jornal y me lo has contado todo mientras te miraba por dentro y veía que no estabas bien y confiabas en mí porque eres bueno decías y debía tragarme un sollozo traidor mientras te preguntaba de donde eras y me contabas que de la tierra del alajú y del morteruelo que ya no como, no como mi hermana que ella si que come y me crece la barriga y no sé porqué, pero yo si lo sé y te vienen a buscar para ingresarte en una nueva vida que será muy corta a partir de ahora pero no te lo puedo decir porque si hablára mi voz se rompería en trozos por eso prefiero dedicarte estas líneas que no vas a leer porque no sabes leer, había mucho trabajo y poca escuela y trabajé mucho por eso no entiendo porque me canso y...y las personas como tú no debieran estar en un asilo sino contando su vida a los que la escuchen para aprender que la vida no es fácil ni lo será nunca que antes no había ni radio ni luz ni tiempo pero eso era la vida Elisa y me has contado parte de la tuya y sin conocerte has sido tan cercana como los niños junto a los que me arañaba las piernas en los campos de trigo recién segado mientras cazábamos gorriones con la escopeta de aire y aspiraba el aire seco lleno de espliego y de nubes sin saber que me encontraría con Elisa en una camilla devolviendome una parte perdida de mi infancia y ella se enfrentaría al último tramo de su vida contandome que había trabajado tanto que no podía entender su cansancio en una paradoja traidora y cruel que detendría la inercia de su vida.

sábado, 14 de junio de 2008

Phallaenopsis.