domingo, 19 de abril de 2009

Fatoumata.




Esta preciosa foto la hicieron Neus y Jordi en Mali y me la han cedido para el relato.
Jordi y Neus también son arqueros, ahora en stand by.
Yo he perpetrado su retoque.
Con premeditación pero sin alevosía soy el único culpable.



Fatoumata era la segunda mujer de Mammadou, también conocido por sus vecinos como Blancanieves, apelativo cariñoso que contrastaba con el color de su piel, el más negro que habían visto nunca entre los africanos que empezaron a llegar a la comarca a principios de los ochenta. Mammadou hizo suyo aquel nombre utilizándolo después para rotular el taller de reparaciones que abrió en el barrio, un taller muy popular dadas las habilidades de Blancanieves para arreglar las averías en los coches de entonces, más modernos y evolucionados que los que había visto en Mali. La experiencia adquirida en el mercado de reciclaje de Bamako fue muy útil cuando se estableció en la comarca y le sirvió para alimentar y mantener a su numerosa familia, compuesta de tres mujeres y nueve hijos.
Hacía días que Fatoumata no se encontraba bien por lo que acudió al hospital al enterarse de que había un médico que hablaba swahili y atendía a todos los pacientes africanos que consultaban sus dolencias. Aunque hablaba bámbara sabía algo de swahili y un poquito de francés. Aguardaba su turno en la gran sala de espera contrastando sus coloridos ropajes y su tocado con el ambiente frío y aséptico del recinto. Se abrió la puerta de la consulta y al oír su nombre se levantó entrando en la habitación con su indolente andar africano.
Sentado a la mesa del despacho un médico menudo y delgado la saludó invitándola a tomar asiento.
-Jambo mama hujambo. (Hola señora, ¿como está?)
-Jambo hujambo bwuana daktari. (Hola ¿como está? señor doctor.)
Sorprendida por el recibimiento se sintió más cómoda y relajada. El licenciado Ligero la interrogó sobre el motivo de su consulta y sus repuestas le indicaron que se defendía mejor en francés, idioma que ambos conocían. A Fatoumata le dolía la espalda desde hacía varios días. No tenía fiebre pero había perdido el apetito y se quejaba de malestar general.
Indicándole que se tendiera en la camilla de exploración, la auxiliar le hizo señas para que se quitara la ropa. Fatoumata, sin prisa ni pudor, se desprendió de la larga y colorida túnica que la cubría como único atuendo. Un cuerpo perfecto apareció bajo la ropa. No hay vacuna que inmunice contra la belleza y ante la de aquella mujer africana ni tan siquiera el licenciado Ligero pudo reprimir un pequeño gesto. Sus años de contacto con los distintos cuerpos diplomáticos con los se relacionó durante su vida en Guinea le habían enseñado a controlar de forma británica sus emociones, una discreta elevación de su ceja izquierda fue el único indicio de que estaba impresionado.
Desnuda y antes de tenderse en la camilla, Fatoumata caminó hacia la silla donde había dejado su bolso y extrajo de él una ropa interior inmaculadamente blanca con la que cubrió con parsimonia su desnudez mientras le decía a Ligero en su pobre castellano:
-Yo ropa interior como blanca.
Ligero cerró su boca, abierta sin que se hubiera dado cuenta y se levantó para explorar a la paciente.
Concluído el exámen solicitó unos análisis de sangre y de orina llamándome al laboratorio para la extracción. Poco después me llegó la muestra de orina, que contenía una gran cantidad de sangre. Ligero me comentó que le interesaba saber si había huevos de parásitos en ella, pues creía que Fatoumata padecía esquistosomiasis, una enfermedad de la que yo no había oído hablar pero lo suficientemente importante para los cuatrocientos millones de personas que la padecían y padecen en el mundo africano y asiático. Ligero lo sabía y al ver aquella orina sospechó el diagnóstico. Su experiencia africana no fue en balde.
Leí todos los libros que tenía a mano y encontré unas fotos que me ayudaron a confirmar la enfermedad. A través del ocular del microscópio vi los primeros huevos de schistosoma haematobium de mi vida.
Tras recibir el resultado, el licenciado Ligero indicó a la paciente que se vistiera y Fatoumata, levantándose de la camilla se despojó de la ropa interior y la guardó cuidadosamente en su bolso vistiendo a continuación su ropa tribal.
En el hospital no había medicación para la enfermedad en aquel momento y Ligero inició los trámites para recibirla cuanto antes. Citó a la paciente al cabo de dos días y se despidió de ella.
Dos semanas después de haberla medicado Fatoumata apareció de nuevo por el hospital acompañada esta vez por Blancanieves. El licenciado Ligero los hizo pasar y preguntó a Fatoumata que tal se encontraba. La mujer empezó a llorar desconsoladamente y su marido a decirle que era un médico malo, que su mujer había enfermado después de la medicación y estaban muy preocupados.
Ligero los calmó preguntando cual era la causa de la angustia y Blancanieves respondió.
-Mi mujer está muy mala, orina amarillo y eso no normal. Todos nosotros orina roja, ella muy enferma.
Ligero hizo acopio de paciencia y empezó a interrogar al marido deduciendo que lo que sucedía era que todos estaban afectados por la parasitosis menos los niños que habían nacido recientemente. La enfermedad se adquiría en la pubertad y era tomada como el paso de la edad infantil a la de adulto, algo cultural para ellos. Desconocían la gravedad de una dolencia que África padece desde el tiempo de los faraones.
En su ignorancia pensaron que la medicación recetada por el licenciado Ligero había sido la causante de la enfermedad de Fatoumata al ver, por primera vez en su vida, que su orina era de color normal.
La memoria del licenciado Ligero volvió a Guinea en un viaje intemporal para comprobar que nada había cambiado desde que África le abandonó.

7 comentarios:

Unknown dijo...

Sorprendente el escrito, Jmdedosrius.
No me esperaba este final.
¡Que pena de país, en que lo anormal es estar bien!.
Un saludo.

Nandín dijo...

Hay una frase que creo que reza:
"La costumbre hace ley"
Rectificarme si no es así.
Gracias D José María por seguir relatándonos sobre sus experiencias propias y con el señor Ligero.
Un abrazo

jmdedosrius dijo...

Pues sí Don Luis, lo anormal es lo habitual, que no normal, en algunos países que parecen estar muy lejos pero que en realidad están a la vuelta de la esquina.

Don Fernando, José Manuel, soy José Manuel. En cuanto al licenciado Ligero, que era un señor, también era médico y si me permito llamarlo licenciado es porque me resulta más poético.

Salud a ambos.

Nandín dijo...

Perdóneme usted, lo sabía y aún asín se me cuela...
(Puñetero alemán ese de la memoria)
Entre un "Jose Manuel" y el otro, justo al mismo tiempo que me dice "soy", de repente, me lo he imaginado tirándome de la oreja jejejejejeje
Un abrazo

jmdedosrius dijo...

Ha acertado Don Fernando, pero ha sido un tirón cariñoso.
Un abrazo.

Skady dijo...

Pues m ira tú por dónde, a mí me ha impactado la descripción de la belleza de la mujer, y eso que ha sido una descripción estrictamente breve, o brevemente estricta.
En fin.
Cosas de mujeres...

Besos desde el Norte.

jmdedosrius dijo...

Sugerir en vez de describir estimula la imaginación...
Salud.