sábado, 17 de mayo de 2008

El faisán

Por emplear el lenguaje bélico que se utilizaba en las conversaciones del último mes, Bush se preparaba para columpiar de forma macabra a Sadam después de haber llevado la democracia a Iraq, se podría decir que la primavera había estallado en el bosque si no fuera por la quietud y el silencio, rotos de vez en cuando por el canto temprano de las aves. La paleta de verdes sustituía sin pausa a los ocres del invierno, cubriendo los árboles con un manto puntillista y feraz de tonos desvaídos, hasta que el sol fundía la neblina y aparecían los colores mediterráneos en toda su crudeza. Apuntaban los espárragos y mi torpeza para encontrarlos divertía a Daniel, enjuto y parco en palabras, quien me los señalaba sin que yo los alcanzara a ver, mientras él llenaba su carcaj. De vez en cuando se adivinaba el rabo de un gazapo entre las zarzas, desapareciendo veloz ante cualquier movimiento o ruido.

Entre los sonidos que desperezaban al bosque de su oscuro letargo, se oía en las últimas semanas un cloqueo estridente muy cerca de la zona donde disparábamos flechas con la secreta esperanza de aprender a tirar con arco algún año. Mi ignorancia de ciudad no me permitía relacionar aquel canto con ave alguna. Era comprensible pues mi cultura avícola se limitaba a palomas, urracas, gallinas y un pavo real que había visto en el gallinero de Can Pastor.

Después de haber recorrido el circuito con unas puntuaciones de aprendiz, esperaba a que Daniel terminara de tirar las últimas flechas antes de empezarlo de nuevo. De improviso volví a escuchar a mi espalda aquel sonido penetrante y di la vuelta pausadamente a la vez que veía volar a un faisán macho reclamando la atención de una hembra que lo esperaba en la distancia, camuflada por su plumaje entre los terrones de un barbecho cercano. Tras un corto vuelo se posó cerca de unos matorrales al lado de la primera diana del circuito que íbamos a comenzar. Me fijé en los tonos irisados de su cabeza, de un bronce metálico y oscuro. Su ojo izquierdo brillaba en el centro de una mancha escarlata y rodeaba su cuello un anillo blanco brillante. Quería observarlo sin que se diera cuenta y me acerqué sigiloso.

Desde mi situación no lograba localizarlo pues estaba a contraluz en la zona más umbría de una pequeña vaguada, aún sin verlo fui tensando la cuerda de mi arco obedeciendo a un instinto animal, hipnotizado por lo que iba a suceder. Tras unos segundos, asomó a un pequeño claro delante de un cañaveral y el sol incidió en su plumaje pardo iluminándole el dorso. Giró lentamente la cabeza y nos miramos por un instante. La cuerda resbalaba de mis dedos...

Daniel, acercándose sin ruido me soltó un papirotazo desequilibrándome hasta caer de bruces al suelo mientras el faisán remontaba el vuelo para reunirse con su pareja. Perdí de vista el cielo y la tierra. Mudo y magullado abrí los ojos y vi el primer espárrago que encontraba sin ayuda, o eso creía...

-Anda que si no te llego a enseñar donde estaba ese espárrago, ni lo ves.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Me alegro de que Daniel estuviara allí.
Estabas a punto de hacer una locura, JM.
De todas maneras, si nos atenemos a tus logros al recorrer el circuito, el faisán tenía muchas posibilidades de sobrevivir.
Me ha gustado tu historia, JM.
Quizás nos veamos mañana (si no llueve).
Un saludo, maestro.

Luis

jmdedosrius dijo...

Don Luis, gracias por sus animos arqueriles.
A veces las cosas no son como parecen, por lo que le recomiendo lea la segunda parte de este pequeño relato.
No lo ví en la tirada. ¿Se escondió para que este impertinente no le fustigara?.
Salud.