martes, 11 de agosto de 2009

Hemospermia.

El adolescente estaba tendido en la camilla. Su rostro lampiño, pálido y adornado con un grueso acné, viró al rojo profundo cuando la auxiliar le indicó que se bajára los pantalones y la ropa interior hasta las rodillas.
Con ambas manos tapaba sus vergüenzas cuando entré a la sala de exploración. Tenía ese aire desvalido del niño en transición hacia una madurez todavía muy lejana.
Su mirada errática se posaba en los distintos rincones de la sala en penumbra mientras me disponía a ajustar el ecógrafo para la exploración.

Su médico había solicitado una ecografía pues el muchacho tenía hemospermia, o lo que lo mismo, sangre en el líquido seminal y quería descartar una causa orgánica aunque la aparición de esa alteración muchas veces quedaba sin diagnóstico ecográfico.

-¿Qué te pasa?, le pregunté y su azoramiento aumentó tanto que le dije a la auxiliar, una mujer joven que posiblemente intimidára al muchacho, que saliera de la sala para que se sintiera más cómodo.

-Pues que cuando me la pelo diez veces seguidas me sale sangre, contestó en un crudo arranque de sinceridad para el que yo no estaba preparado a esa hora de la tarde.
Mi estomago estaba haciendo la digestión y mi lengua intervino sin mediar inhibición mental alguna.

-Lo que te debe salir es el cerebro, pedazo de bruto, lo raro sería que te quedára semen después de cascartela diez veces seguidas, contesté.

Viró de nuevo al bermellón y no volvió a abrir la boca durante el examen. Terminé, indicándole que se vistiera mientras la auxiliar se revolcaba de risa en el pasillo durante un buen rato.
Cuando le di el informe le pedí disculpas por mi brusquedad recomendándole que utilizára sus hormonas en algo menos traumático y más productivo.
Aquel chaval se estaba matando a pajas.

Estoy seguro de que no me hizo caso.